=EDITORIAL=
El pasado 1 de diciembre, vimos en cadena
nacional la toma de protesta de Enrique Peña Nieto, quien por cierto parecía
muy urgido en terminar rápido con el protocolo. Felipe Calderón lucía una feliz
sonrisa, quizá porque sentía el alivio de abandonar el cargo que por seis años
lo puso en el centro de las críticas y acusaciones.
Mientras en el Congreso se imponía la
banda presidencial a Peña, afuera, quienes protestaban contra la imposición
estaban siendo golpeados por la policía.
Tal era la indignación, que algunos
jóvenes –quizá- cansados de tanta impunidad y descaro del sistema, decidieron
tomar medidas más radicales, atacando las instalaciones de empresas
transnacionales, propiedades de quienes financiaron la campaña del hoy presidente
Enrique, sin embargo, cave mencionar, que los disturbios no fueron iniciados
por los jóvenes que protestaban, sino por grupos de porros que se infiltraron
en la multitud.
Fiel a su tradición, Televisa trató de
minimizar las medidas represivas que ejerció el gobierno capitalino, y deformó
el echo, tachando de violentos a los detenidos por la policía.
El Movimiento 132, MORENAJE y otras
organizaciones de corte moderado, se vieron rebasadas en sus acciones por el
coraje enardecido de los estudiantes, y en cuanto pudieron, se deslindaron de
los hechos ¿qué se podía esperar de ellos?
Las escenas ocurridas el día de la toma
de protesta, nos hacen recordar los sucesos de Atenco. En aquél entonces, Peña
Nieto era aún gobernador del Estado de México y ocurrieron asesinatos (como el
de Alexis Benhumea), violaciones y tortura. Ahora que es
presidente ¿Qué nos espera a los mexicanos?